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Día 8: Fuera del marco

Mi familia es de esas que iban con un caldero de arroz y una mudanza a la playa en los 90s. Y eso que ahora es una afrenta, para mí, y muy probablemente para mis primos y tíos, fueron días de sana confraternización y diversión de siete pares de cojones.

A nuestro al rededor habían muchas otras familias también con sus motetes, carpas, sillas, inflables, sábanas, hamacas y barbacoas. A diferencia de la actualidad, en que solo se escucha Bad Bunny de manera ensordecedora en estos espacios, se escuchaban las carcajadas de los niños, la tía poniendo clavos en el tronco del árbol para enganchar los bultos y las bolsas, las conversaciones de los adultos poniéndose al día, los gritos de la madre preocupada por el niño que nadaba fearlessly hacia las boyas, el mar acercándose suavemente a la arena, las piezas de dominó chocando entre sí y algunas canciones de salsa o merengue a lo lejos.

El olor de los hot dogs y hamburgers sizzling en los “hibachis” se mezclaba con el olor de la arena y del Coppertone con el que habían empañetado nuestros cuerpecitos al llegar. El sol se hacía sentir reflejándose como brillo sobre el agua y quemando nuestros hombros sin que nos diéramos cuenta. Estábamos muy ocupados disfrutando el día que tanto habíamos esperado. Los niños jugábamos sin prejuicios y sin vergüenza, ejerciendo nuestra creatividad y curiosidad tanto en la arena como dentro del agua. Inventábamos historias fantasiosas, asumíamos roles, hacíamos piruetas, llorábamos si nos picaba alguna aguaviva y sentíamos frustración y miedo cuando nos decían que podíamos morir si regresábamos al agua justo después de comer.

Los recuerdos de esos días de playa en familia son un tesoro al que me aferro ahora que las cosas son tan distintas entre nosotros. A pesar de vivir en una isla tan pequeña, no visitábamos la playa con la frecuencia que se pensaría. Pero cuando ocurría, era todo un evento. Requería planificación, logística. La sensación de anticipación era tan emocionante como el día mismo. No recuerdo cuándo fue la última vez que todos fuimos a la playa, ignorando que nunca más volveríamos a reunirnos de esa manera, en un lugar como ese.

Quizá sin quererlo, mi familia me regaló una niñez maravillosa y una colección de memorias que es una delicia recordar, que opacan toda situación incómoda o difícil que haya podido darse con el paso del tiempo. Soy afortunada de haber vivido tantas experiencias que de adulto ya se hacen menos frecuentes o cuyo valor/significado cambia. Pero las puedo llevar conmigo y son parte de quien soy hoy.

*Nota: Algunas de las cosas aquí descritas no son necesariamente describen la realidad de lo que ocurrió ese día (mi memoria no es tan fabulosa).

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